Desde los primeros estereotipos del hombre gay afeminado que se han dado hasta hace una década, hasta el actual tipo homosexual, deportista, masculino y con vello ha llovido mucho…
Durante el siglo XX hasta los años ’50 aproximadamente, es España decir gay era, además de decir “maricón”, pensar en un hombre con ademanes femeninos, deseando calzarse unos tacones y pintarse la cara. Gracias a la educación y a mirar fuera de nuestras fronteras ya se ha desterrado la idea de que la mayor aspiración de un gay es travestirse de Rocío Jurado y hacer un playback.
El paso siguiente fue ser “metrosexual”, esto es un cuidado estético máximo, gimnasio, depilación, cejas perfiladas como Marlene Dietrich, hasta maquillaje para hombres. En el caso del culto al cuerpo, en los peores casos derivó en vigoréxicos y “musculocas”, a saber: tíos ciclados con más pluma que un marabú.
La mayoría de estos metrosexuales han tenido fácil su reconversión al estereotipo de gay actual: hombre de gimnasio, con vello, barba cuidada, ropa masculina y zapatillas de deporte, un chulazo vamos.
Atrás quedan las camisas ajustadas a “lo Bisbal”, las cejas de vicetiple y la cara chorreando crema hidratante. La dictadura de la testosterona y la barba ha llegado.