Cualquiera que haya visitado una residencia de ancianos se dará cuenta de que están orientadas exclusivamente a heterosexuales.
Armand de Fluviá y Escorsa, abogado, genealogista y heraldista, fue uno de los padres del movimiento de liberación gay de España. Armand fué el primero en salir del armario públicamente, y ahora a sus 78 años se lamenta del estereotipo de homosexual joven, consumista y que rinde culto al cuerpo por encima de todo; «se olvidan de que todos llegamos a viejos», apunta.
Un gay que hoy tenga 60 años, fácilmente puede haber tenido una vida dura por la situación de nuestro país. La Iglesia Católica y el franquismo los persiguió durante más de 40 años, la Ley de Vagos y Maleantes les encarceló, y la aparición del SIDA en los 80′, sin ninguna información, les diezmó.
La falta de hijos y las difíciles relaciones familiares de muchos de los gays mayores de 60 años, hacen que tengan que acudir a residencias, muchas de ellas gestionadas por la Iglesia Católica. Para muchos supone una vuelta al régimen religioso de sus escuelas, donde la monja de turno les inculcaba la moral católica, muy alejada de la Moral Natural en muchas cuestiones.
A esto se suman las dificultades patrimoniales, ya que el reconocimiento civil del matrimonio homosexual ha llegado tarde para ellos, no pueden heredar a sus parejas. No pueden usar los ahorros de toda una vida para pagarse una asistencia en su vejez.
Desde 2005 existe un documento asimilado por todos los colectivos LGTB que invita a adoptar una «política inclusiva con los ancianos».
Creo que mientras no estemos plenamente integrados en la sociedad debe existir espacios específicos para gays (aunque suene a gueto), y nosotro los jóvenes debemos valorar a estos mayores que nos abrieron el camino.