«¿Es que un gay no tiene ojos? ¿Es que un gay no tiene manos, órganos, proporciones, sentidos, afectos, pasiones? ¿Es que no está nutrido de los mismos alimentos, herido por las mismas armas, sujeto a las mismas enfermedades, curado por los mismos remedios, calentado y enfriado por el mismo verano y por el mismo invierno que un hetero? Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos cosquilleáis, ¿no nos reímos? Si nos envenenáis, ¿no nos morimos? Y si nos ultrajáis, ¿no nos vengaremos? Si nos parecemos en todo lo demás, nos pareceremos también en eso…» (variación de «El mercader de Venecia», Shakespeare).
Parafraseando al gran William Shakespeare, hay que concluir que los gays sólo nos diferenciamos de los heteros en la orientación sexual. Hay que dejar de generalizar el estereotipo del gay que distingue 13 gamas del mismo color, desde el rojo topkapi hasta el rojo Valentino; el que sabe siempre qué ponerse y cómo ponrselo; el que llora ante un retrato de Bronzino; el que se ríe leyendo «Cartas marruecas» de Cadalso…esto no es lo general, ni mucho menos.
Cada gay, como cualquiera, es de «su padre y de su madre», los sensibles abundan en la misma proporción que entre los heteros.
Si dudais de lo que os cuento daos una vuelta por cuanquiera de los bares de ambiente un sábado por la noche a última hora, cuando la «mercadería de carne» ha bajado los precios o navegad por cuaquiera de las páginas de contactos gays. Vereis que los perfiles son la quinta esencia de la sensibilidad…como leer a Verlaine.